CON LOS PIES EN EL SUELO
La práctica de correr descalzo cada vez tiene más seguidores
Este es el nombre que dío título al artículo publicado el pasado 8 de septiembre de 2011 en los distintos periódicos provinciales del grupo Vocento. El reportaje ha tenido una gran aceptación, siendo los artífices de esto el periodista Carlos Benito, el diseñador Josemi Benítez y el fotógrafo Juan Flores.
Para todo aquel que no tuvo la oportunidad de leerlo, aquí os los presentamos.
Para todo aquel que no tuvo la oportunidad de leerlo, aquí os los presentamos.
Correr, en sí, es fácil. Hasta los representantes más sedentarios de la especie humana recordamos haberlo hecho de pequeños, cuando echábamos partidos de fútbol o jugábamos a pillar en el patio, e incluso hoy somos capaces de improvisar una disimulada carrerita si vemos que se nos va a escapar el autobús. Pero aficionarse a correr con un poco de seriedad se ha convertido en una tarea mucho más compleja, en la que el debutante tiene que responder a preguntas sobre su tipo de pisada -¿eres neutro, pronador o supinador?- y elegir entre un catálogo interminable de zapatillas de diseño avanzado, atractivos prodigios de la ingeniería aplicada a la locomoción. Perdido entre explicaciones sobre amortiguación y control de la estabilidad, uno se acaba preguntando cómo hacían para correr hace mil o cien mil años, y lo peor es que quizá se acabe cruzando con la respuesta en cuanto salga a estrenar su flamante calzado: cada vez resulta menos raro toparse con aficionados que corren descalzos, sin ningún ingenio sofisticado entre la planta del pie y el suelo.
El ‘barefoot running’ se ha vuelto relativamente popular en Estados Unidos y se está introduciendo poco a poco en países como España. Bajo esa denominación se incluye la práctica de correr descalzo, significado literal del nombre, pero también el uso de calzado minimalista, muy alejado de las aparatosas zapatillas con sistemas de amortiguación. De hecho, muchos de sus partidarios -la palabra parece adecuada, dado que existe un encendido debate sobre este asunto- han llegado a la ‘liberación del pie’ tras años de experiencias desastrosas con el calzado deportivo. «Yo vivía inmerso en un mundo de lesiones. Corría con molestias, con miedo, con recuperaciones largas y tediosas. Correr me encantaba, pero me hacía daño: era una lucha interna, una relación de amor-odio. Entonces descubrí este cambio que solo requería ir descalzo, probé y empecé a notar que la cosa mejoraba. Ahora, correr se ha convertido en un placer: corro por correr, con una gran sensación de libertad», explica Antonio Caballo, un sevillano de Marchena que lleva más de año y medio prescindiendo de las zapatillas. Lo hace, al menos, en los entrenamientos, porque en las pruebas utiliza calzado minimalista: «No queremos ser bichos raros, ni los bufones del mundillo».
Porque no cabe duda de que un corredor descalzo sigue llamando la atención. Antonio Caballo ha logrado reunir en su pueblo un pequeño grupo de aficionados, con los que sale regularmente a entrenar, pero su amigo Antonio Carrillo es el único corredor descalzo de Alcantarilla, en Murcia. «Hay gente que se interesa, pero nadie se ha animado: prefieren seguir con sus plantillas y sus dolores de piernas -sonríe-. También los hay que me miran un poco raro, deben de pensar que estoy cumpliendo una promesa». Los dos Antonios son los fundadores de la web Correr Descalzo-Minimalista (www.correrdescalzos.es), punto de encuentro de una comunidad poco numerosa pero entusiasta. ¿Qué les ha aportado a ellos este cambio de paradigma? «En este tiempo, no he tenido lesiones, y eso que he corrido más carreras que en toda mi vida: maratón, media maratón, diez kilómetros, montaña… Mis tiempos se han disparado hasta donde nunca pensé que podía llegar», responde Caballo. Carrillo, menos centrado en la competición, ha podido olvidarse de su maldición del pasado, la periostitis tibial: «La primera vez que probé, hace dos años y medio, solo logré correr 600 metros porque me hice una ampolla en un pie, pero ya vi que no notaba mi problema. Antes, los que corrían 20 kilómetros me parecían casi ‘supermanes’. Ahora hago medias maratones y correr se ha convertido en una relajación completa, un disfrute, porque todo lo malo ha desaparecido».
El ‘barefoot running’ se ha vuelto relativamente popular en Estados Unidos y se está introduciendo poco a poco en países como España. Bajo esa denominación se incluye la práctica de correr descalzo, significado literal del nombre, pero también el uso de calzado minimalista, muy alejado de las aparatosas zapatillas con sistemas de amortiguación. De hecho, muchos de sus partidarios -la palabra parece adecuada, dado que existe un encendido debate sobre este asunto- han llegado a la ‘liberación del pie’ tras años de experiencias desastrosas con el calzado deportivo. «Yo vivía inmerso en un mundo de lesiones. Corría con molestias, con miedo, con recuperaciones largas y tediosas. Correr me encantaba, pero me hacía daño: era una lucha interna, una relación de amor-odio. Entonces descubrí este cambio que solo requería ir descalzo, probé y empecé a notar que la cosa mejoraba. Ahora, correr se ha convertido en un placer: corro por correr, con una gran sensación de libertad», explica Antonio Caballo, un sevillano de Marchena que lleva más de año y medio prescindiendo de las zapatillas. Lo hace, al menos, en los entrenamientos, porque en las pruebas utiliza calzado minimalista: «No queremos ser bichos raros, ni los bufones del mundillo».
Porque no cabe duda de que un corredor descalzo sigue llamando la atención. Antonio Caballo ha logrado reunir en su pueblo un pequeño grupo de aficionados, con los que sale regularmente a entrenar, pero su amigo Antonio Carrillo es el único corredor descalzo de Alcantarilla, en Murcia. «Hay gente que se interesa, pero nadie se ha animado: prefieren seguir con sus plantillas y sus dolores de piernas -sonríe-. También los hay que me miran un poco raro, deben de pensar que estoy cumpliendo una promesa». Los dos Antonios son los fundadores de la web Correr Descalzo-Minimalista (www.correrdescalzos.es), punto de encuentro de una comunidad poco numerosa pero entusiasta. ¿Qué les ha aportado a ellos este cambio de paradigma? «En este tiempo, no he tenido lesiones, y eso que he corrido más carreras que en toda mi vida: maratón, media maratón, diez kilómetros, montaña… Mis tiempos se han disparado hasta donde nunca pensé que podía llegar», responde Caballo. Carrillo, menos centrado en la competición, ha podido olvidarse de su maldición del pasado, la periostitis tibial: «La primera vez que probé, hace dos años y medio, solo logré correr 600 metros porque me hice una ampolla en un pie, pero ya vi que no notaba mi problema. Antes, los que corrían 20 kilómetros me parecían casi ‘supermanes’. Ahora hago medias maratones y correr se ha convertido en una relajación completa, un disfrute, porque todo lo malo ha desaparecido».
Las Adidas de Bikila
En realidad, correr descalzo no es ninguna novedad. Y no hace falta remontarse a cuando nuestros antepasados prehistóricos galopaban detrás -o delante- de algún animal. Resulta inevitable evocar la figura del etíope Abebe Bikila, que ganó el maratón de las Olimpiadas de 1960 tras renunciar a las Adidas que le correspondían. También Zola Budd o Bruce Tulloh entrenaban y competían descalzos. Y, en África, sigue resultando una costumbre bastante común: este mismo año, la keniana Faith Chepngetich Kipyegon se ha proclamado campeona del mundo júnior de campo a través sin necesidad de zapatillas. Pero el ‘boom’ del minimalismo entre los aficionados de los países ricos está estrechamente vinculado a un libro, el apasionante ‘Nacidos para correr’, en el que el periodista Christopher McDougall desvela al mundo las peculiaridades de los tarahumara, un pueblo indígena mexicano. Los miembros de esta comunidad, que vive escondida en las escarpadas Barrancas del Cobre, son capaces de correr 200 kilómetros con unas finas sandalias de fabricación casera.
McDougall, que emprendió aquel viaje en busca de una técnica que le librase de sus lesiones y dolores, se ha convertido en un activista de los pies descalzos, que no pierde ocasión para clamar por la recuperación del placer de echar unas carreras. «Correr debería ser divertido -ha declarado a ‘Time’-. No debería ser un castigo por haber comido tarta de queso, que es en lo que lo hemos convertido. La gente se empeña en decir que te vas a hacer daño, que te vas a lesionar, que necesitas plantillas, que tienes que ir a un comercio especializado antes de intentarlo. Existe esta noción descabellada de que es una cosa muy dura». A McDougall le gusta recordar que el apache Gerónimo no se preocupaba por la fascitis plantar cuando corría 80 kilómetros por el desierto de Mojave para robar caballos, y que el faraón Ramsés II tuvo que renovar su reinado hasta pasados los 90 a base de carreras de larga distancia, y que los monjes japoneses del Monte Hiei recorren 80 kilómetros diarios en sandalias, pero, sobre todo, su lema es que no existe en todo el mundo un niño al que no le guste correr. «La técnica más segura y que mejor ha superado la prueba del tiempo es correr con los pies desnudos -insiste-. Los únicos que conozco que rechazan considerar la idea de que el calzado para correr es una mala idea son quienes lo venden».
Ahí quizá exagere: a bote pronto, cualquier persona ajena a este mundo se imagina pies lacerados de penitente, cubiertos de heridas y magulladuras. «El principal miedo que tiene la gente es a cortarse -asiente Antonio Caballo-, pero eso nunca ocurre: el cristal grande lo ves y el pequeño, por el poco apoyo del pie, no te hace nada». Pero habrá que elegir con cuidado el sitio por el que se corre, ¿verdad? «No se puede por terrenos de muchas chinas, como esos caminos que se crean al lado de las autovías. Tampoco la arena blanda es buena, porque te agotas antes y puedes sufrir una sobrecarga. Pero en montaña, a menos que haya muchas piedras, puedes correr sin ningún problema. Y el asfalto es una de las mejores superficies: el asfalto nuevo está liso y a veces es suave al tacto, y correr sobre él se convierte en un placer». Ese parece ser el concepto clave, el placer, que según quienes lo han experimentado puede volverse adictivo. «Desde luego, nosotros no hemos encontrado a nadie que dé el cambio hacia atrás: cuando pasas a correr descalzo o con zapatillas minimalistas, te estás quitando 300 gramos o medio kilo del pie. Es la diferencia entre ponerte un plomo o una pluma».
Ahí quizá exagere: a bote pronto, cualquier persona ajena a este mundo se imagina pies lacerados de penitente, cubiertos de heridas y magulladuras. «El principal miedo que tiene la gente es a cortarse -asiente Antonio Caballo-, pero eso nunca ocurre: el cristal grande lo ves y el pequeño, por el poco apoyo del pie, no te hace nada». Pero habrá que elegir con cuidado el sitio por el que se corre, ¿verdad? «No se puede por terrenos de muchas chinas, como esos caminos que se crean al lado de las autovías. Tampoco la arena blanda es buena, porque te agotas antes y puedes sufrir una sobrecarga. Pero en montaña, a menos que haya muchas piedras, puedes correr sin ningún problema. Y el asfalto es una de las mejores superficies: el asfalto nuevo está liso y a veces es suave al tacto, y correr sobre él se convierte en un placer». Ese parece ser el concepto clave, el placer, que según quienes lo han experimentado puede volverse adictivo. «Desde luego, nosotros no hemos encontrado a nadie que dé el cambio hacia atrás: cuando pasas a correr descalzo o con zapatillas minimalistas, te estás quitando 300 gramos o medio kilo del pie. Es la diferencia entre ponerte un plomo o una pluma».
La versión que se público en papel presenta unos infográficos muy ilustrativos.
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